La moneda y el Laberinto
Tenía catorce años, más o menos, cuando leí “La escritura del Dios”, Aquel lenguaje ,aquella forma de explicar el universo, me parecieron superiores, hay quién habla del alto arte y del bajo, de todos modos eso superaba aquellas categorías, era un arte mayor, la lectura y la relectura (más aún), me llevaron a pensar en las formas infinitas del universo y más aún en la belleza (su ideal).
Tiempo después mientras estudiaba periodismo , era empleado en un locutorio, tenía 19 años y en una tarde de invierno que parecía infinita, el clima amenazaba con regalarnos, una pequeña nevada, sabrán los españoles que en la zona de Argentina en donde yo vivo, es casi imposible que caiga nieve. Mi trabajo era aburridísimo, mi primera novia me había dejado y el hastío y la melancolía , hacían de aquella tarde gris una especie de condena feliz, (como los trogloditas de “el Inmortal”, yo sabía que esa nevada podía ser un pequeño favor, un instante que me devolviera a la vida).
Aquel día me acompañaba, un libro incómodo y negro, que mi tío gentilmente me había prestado, eran las obras completas de ya saben quién. De pronto una chica entró al lugar, pidió hablar y le ofrecí una cabina, estaba leyendo el “Zahir”, en donde un moneda vuelve loco al autor. En el momento de pagar la chica ofrece una moneda, en una estaba la cara de Borges, en la otra, inexorable el laberinto, me quedé viéndola un rato, la chica que nada sabía y nada le importaba, me preguntó si valía dos pesos, en ese momento me nació el impulsó de comprarla, tenía dos pesos, pero dudé, igual le dejé a la chica pagar con la moneda, luego en la caja pensé en cambiarla por un billete, era 1999, me dí cuenta hoy que es 2009 y pensé en el tiempo y en el zahir.
Mucho después de aquel episodio me dedique a leer especialmente ese cuento, el “Zahir”,. Parece un cuento más de Borges, pero para mí es medular, es un espejo que le devuelve toda su obra. Está el tigre que hipnotiza al mago en la escritura del dios, “en cuya bóveda un faquir musulmán había diseñado en bárbaros colores que el tiempo antes de borrar afinaba al tigre”. La cara de Teodolina que cambió tanto en su velorio es la cara de Beatriz que el tiempo le empezó a borrar rasgos en el Aleph.
También aparecen las cañas y las pulperías, de la esquina rosada, el piso de tierra de las casas de Funes , el memorioso. Entonces caí en la cuenta que Borges era mi Zahir, el era mi obsesión, él era el que me llevó por los caminos de la literatura y más aún el que me obsesionó con los problemas metafísicos, del tiempo y el lugar del hombre en el universo.
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