martes, 10 de agosto de 2010

cuento: La casa de fuego

“Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. “
JLB, “La Casa de Asterión”


La casa del Fuego

Esa casa era fascinante, para mí un lugar de otro mundo, estaba en lo alto de una loma, un lugar barrancoso frente al río, el tiempo y el abandono la habían dejado vacía, en ese tiempo mis amigos eran dos, Pablito y Juana, éramos vecinos creo yo, en un verano sofocante, plagado de humedad y de unos mosquitos raros, que aunque gigantes no le picaban a nadie.
Naturalmente teníamos prohibido el acceso a la casa, y era allí en donde pasábamos la tarde, nuestros padres sabían que íbamos, pero al no vernos allí, un pacto de silencio estaba sellado entre las dos partes.
Habidos de llenar el tiempo con alguna sustancia, la sustancia de la casa era ideal para nuestros frascos vacíos llenos de interés por un mundo de grandes, que cuando uno conoce quiere abandonar inmediatamente.
La mitad de la casa estaba destruida, parecía haber sido afectada por un incendio, las paredes blancas se habían vuelto marrones, llenas de esas marcas y remolinos que pinta el humo.
El comedor y dos piezas sobrevivían, aún con algo del mobiliario original, camas rotas, sillas partidas y acumulación de diarios y botellas que indicaban que en invierno la casa había sido refugio de gente sin techo.
Todas las tardes jugábamos a escondernos y a encontrarnos por los diferentes recovecos, había una escalera que rara vez subíamos que nos llevaba a una tercer habitación sin techo en donde el calor era intolerable.
Jugábamos mucho a las cartas, hasta que un día llegó camilo (el perro), ese día nuestro juegos viraron a atenciones para con el nuevo integrante de la familia. Le conseguimos mantas, comederos y hasta algo de comida que camilo con el tiempo comenzó a aceptar.
Una noche en su casa Pablito escuchó la historia de los drogadictos, se trataba de personas supuestamente malas que se ocultaban en la casa para escapar de la policía. Desde ese día nos preparamos para la invasión, juntamos las botellas y las llénanos de querosén y les hicimos mechas con las sábanas que Juana prolijamente cortaba, luego comenzamos junto a Pablo a preparar las lanzas, que consistían en palos de escobas viejas a las que le sacamos punta.
Tiempo después de que supimos de los Drogadictos, comenzamos a ver señales de su invasión, encontramos jeringas, botellas de plástico y de vidrio y otras cosas que llamamos forros, al principio limpiamos la casa de sus desperdicios, pero después comprendimos que hacer eso era indicar que de día estábamos nosotros allí, con gran sabiduría Juana indicó que eso podría atraer a los drogadictos a venir de día a la casa, tratamos de hablar con Camilo, pero se había vuelto un poco esquivo con nosotros y comenzamos a sospechar que ahora era amigo de los drogadictos.
Con el tiempo pude en mi casa prestar más atención a las conversaciones de mis padres sobre los drogadictos, escuché algo como que eran hombres y mujeres que no trabajaban, en su mayoría más jóvenes que mis padres, ellos practicaban algo que mis padres llamaron sexo oral.
Al comentárselo a mis amigos comenzamos a pensar que esa religión o secta que se llamaba sexo oral, tenia que ver con los forros, después de nuestra decisión de no limpiar más la casa, los forros, las jeringas y botellas se multiplicaron, un día Camilo desapareció, temimos lo peor y hasta comenzamos a buscar su cuerpo y en esa búsqueda al correr un arcón viejo hallamos lo que nos daba una amplia ventaja en nuestra guerra contra los drogadictos, había una especie de argolla que pertenecía a una puerta, nuestra primera reacción con Pablo fue intentar abrirla, pero la prudencia femenina de Juana nos frenó, nos dijo que ese era el infierno de esa casa y quién lo abriera no podría volver nunca más a ese lugar.
Queríamos abrir la puerta, era una puerta muy vieja, que presumíamos daba a un sótano pequeño, la puerta nos dividió, comenzaron las peleas, recuerdo que cayeron varias lluvias y se nos hizo más difícil volver a la casa, la tarde que volvimos, Camilo flaquísimo nos esperaba en la puerta, estaba muy enfermo, trajimos nuevas mantas y comida, al otro día desapareció y por alguna razón todos sabíamos que para siempre.
El verano empezó a declinar desde ese día, los días se acortaban y los drogadictos iban cada vez menos a la casa, una tarde Juana, no vino, nos dijeron que estaba enferma, cuando volvió explicó que le había salido sangre de la bombacha o algo así y que ya no le interesaban demasiado las casas viejas, que eran sucias, que por nuestra culpa se había ido camilo y más cosas que no recuerdo.
Juana jugaba menos con nosotros, se escondía en su casa y comenzó a visitarla una rubia que era linda y se ponía pantalones ajustados, nos gustaba mirarla con Pablo, pero nunca nadie le confesó nada al otro.
Decidimos que había algo pendiente, fuimos a la casa, Juana estaba distante, distinta, nos miró a la cara y nos besó en la boca, nos pidió que abriéramos la puerta secreta del sótano de la casa vieja, intentamos abrirla, romperla, pero pablo y yo no pudimos, Juana solo miró, entonces se me ocurrió una idea genial, quizás los drogadictos pudieran hacerlo, deberíamos usarlos para eso, Juana volvió a besarme en la boca, les dejamos la puerta visible, hasta pensamos en ponerle cerca vino o alguna jeringa, pero nos decidimos por solo dejársela a la vista.
Al otro día la puerta estaba cerrada, ningún signo de violencia a su alrededor, al día siguiente igual, pensamos que los drogadictos no iban más a la casa, conseguimos plata y a escondidas Pablo compró a nombre de su padre una caja de vino.
Cuando llegamos la caja ya no estaba y la puerta seguía intacta, pablo dijo que conseguiría un hacha, Juana vino con la rubia al otro dìa, trabajamos con Pablo para romper la puerta, hacia mucho calor, nos sacamos las remeras y las chicas también, hacía mucho calor y todos nos desnudamos y nos abrazamos, cayó el sol y llego el viento del verano que se va, ese viento que trae la primera hoja del otoño pegada a la cara, como la carta que nadie quiere abrir.

En el sótano había una escopeta con verdaderas balas, había una foto de un viejo que parecía un cazador y a su lado estaba Camilo, no sabíamos si era camilo o el padre de Camilo, llegaban las ocho de la noche y no queríamos irnos, alguien no se quién, dijo “vamos a esperar a los drogadictos”, había unos pastizales que rodeaban la casa, la luz ya se iba, teníamos un encendedor para las bombas y la escopeta, los drogadictos que podían tener en sus manos a lo sumo un cuchillo, pensábamos, se nos acaba el verano habíamos tocado los pechos de la rubia, habíamos visto a Juana desnuda, los pastizales se movieron y pablo disparó, después un lamento de alguien herido o muerto que se alejaba.
¿Y si matamos a un drogadicto?, dijo Juana, y empezó a llorar , Pablo la cubrió con sus brazos, ahí nos dimos cuenta que habíamos perdido la casa, Dios ya no nos era favorable, ese lugar estaba maldito ahora, era una casa vieja cerca de las barrancas, en un barrio de veranos con sillas en las veredas, Camilo estaba muerto,
Comenzaron a llover las bombas de querosén sobre la casa, un poco de fuego acá, un poco allá y algo que se prendió en el sótano, salimos corriendo, las chicas lloraban, creo que nosotros también.
El verano se nos fue de las manos, en la cena, los padres comentaron que los drogadictos habían incendiado la casa, nosotros callamos, al otro día empezaron las clases.

Fernando M. Morales

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